Un paseo por las implicaciones cotidianas de las sociedades modernas y su energía disipada

Visto desde un contexto ecológico ampliado, el desarrollo económico consiste en el impulso de formas cada vez más intensivas de explotación del medio natural
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Visto desde un contexto ecológico ampliado, el desarrollo económico consiste en el impulso de formas cada vez más intensivas de explotación del medio natural, partiendo del hecho de que nosotros, los seres humanos (en realidad cualquier organismo) somos transformadores de energía, es decir, necesitamos captar energía libre y convertirla para mantener –o pretender mantener– los estándares de vida a los que estamos sometidos; entre más evolucionado sea un organismo mayor es la energía requerida y a medida que subimos en la escala de la evolución (recuerde, no estamos aquí por obra y gracia de una varita mágica) cada nueva especie tiene que estar mejor equipada fisiológicamente para captar esa energía disponible, transformarla y ser competitiva en su entorno, lo ejemplificaré brevemente:

Piense en la cantidad de energía que necesita procesar por medio de la fotosíntesis cada planta que adorna su jardín; la cantidad de alimento que ocupa consumir una ballena gris durante el verano para emprender su migración anual de más de 18,000 kilómetros desde el océano ártico a las lagunas sudcalifornianas y de regreso; la cantidad de watts consumidos en el tiempo que ha empleado usted en leer esta columna; los litros de combustible que utilizó durante el 2013 para realizar cada una de sus actividades diarias y el tonelaje total de gases de invernadero que produjo al mismo tiempo; en mi caso, pienso en el volumen total de combustóleo consumido el año pasado para suministrar la demanda de energía eléctrica de una pequeña ciudad de 15,000 habitantes como lo es Guerrero Negro.

Innegablemente la era moderna tal como la conocemos, ha sido posible gracias a la explotación de ciertos minerales y los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural). Todos los avances de los últimos siglos, sean de naturaleza comercial, política o social, están conectados de un modo u otro con el aumento masivo de la energía generada por dicha explotación. No es difícil deducir que durante los últimos 200 años, hemos consumido más energía per cápita que todas las demás sociedades históricas juntas. Disfrutamos actualmente de un estándar de vida donde predomina la superficialidad sin precedentes y se lo debemos a la explotación de los depósitos minerales e hidrocarburos que se generaron hace millones de años.

Cualquier actividad económica se limita a tomar del entorno recursos energéticos y minerales para transformarlos temporalmente en productos y servicios valiosos, en el proceso de transformación, la cantidad de energía que se consume y se pierde en el entorno es superior a la cantidad de energía contenida en el bien o servicio producido; imagínese todo el proceso que existe para producir la cucharada de azúcar que le puso a su café; los costos y la energía empleada en la extracción de los barriles de petróleo en el Golfo de México que después seguramente serán enviados a una refinería en Texas (porque nuestro país es incapaz de abastecer su propia demanda) para producir esos 9 litros de gasolina magna que fueron importados y le echó a su automóvil, o todo el trabajo de geólogos, mineros y metalurgistas para extraer, procesar y producir el cobre del tendido eléctrico que lleva la energía a tu hogar.

El producto o servicio acabado tiene una naturaleza meramente temporal y se disipa o se desintegra con el uso o consumo con lo que termina finalmente por volver al medio en forma de energía consumida o desecho.

Piense en la cantidad de energía libre necesaria para mantener las estructuras económicas y sociales y nuestro estilo de vida altamente consumista y desechable (piense en las toneladas diarias de basura que genera su colonia o su ciudad y si vive en Santa Rosalía, en el Valle de Vizcaíno o Guerrero Negro, seguramente gran parte será incinerada, es decir, su energía se disipará en la atmósfera), cuanto más evolucionado y complejo es el organismo social mayor es la cantidad de energía que se requiere para su mantenimiento y por lo tanto, es mayor la energía consumida o desechada al entorno.

Ahora me viene a la mente el proceso de las recicladoras, que si bien son una muy buena alternativa, no escapan a estas implicaciones entrópicas ¿Cuánta es la energía que se necesita para reciclar las botellas de plástico que la gente con un poco de conciencia ambiental coloca en los depósitos destinados para ello? Mucha indudablemente. También pienso en la cantidad de metros cúbicos de agua extraídos de los mantos acuíferos en la última temporada para producir el kilo de calabacitas, tomate o chiles california que están en una gaveta de tu refrigerador a 5°C. No me lo va a creer pero son enormidades.

Así podemos ir mencionando una infinidad de ejemplos de nuestras dependientes relaciones como sociedades modernas con el entorno y nuestra encarnizada lucha competitiva por la existencia en los diferentes sistemas económicos que solo han provocado fragmentación social, pobreza extrema, enfermedades globales, carreras armamentistas e inseguridad planetaria, desastres ambientales y un mundo alineado lleno de estereotipos creyendo que el progreso y el desarrollo económico es la acumulación material, ignorando claro, toda la energía consumida y desechada para lograrlo.

Pero escuchando las letanías de los integrantes de los movimientos ecológicos y el cúmulo de comunicados de ONG’s ambientalistas que expresan su agudo malestar con apocalíptica prognosis hacia estas (o más bien, a algunas de estas) implicaciones cotidianas de las sociedades modernas y su energía disipada me pregunto lo siguiente: ¿Nos estaremos acercando cada vez más a un límite más allá del cual solo es posible el caos? ¿Operamos ya dentro de un marco de insostenibilidad? ¿Cuáles son los nuevos retos para la siguiente generación, es decir, nuestros hijos? Y la inevitable ¿Cuánto tiempo falta para que terminemos absorbiendo más energía libre de la que está disponible en el entorno?

Sea lo que sea y pase lo que pase, por ningún motivo debemos de dejar de vernos a nosotros mismos como seres interdependientes y como parte de un único organismo planetario, no podemos evadir ni como individuos ni como sociedades modernas que somos parte de los procesos cíclicos de la naturaleza.

Puño y Letra

Comienza una vez más la temporada de avistamiento de ballena gris (Eschristus robustus) en las apacibles aguas de las lagunas Ojo de Liebre, San Ignacio y Magdalena en litoral del Océano Pacífico de Baja California Sur. La siempre hospitalaria ciudad de Guerrero Negro “Cuna de la Ballena Gris y Capital Mundial de la Sal” ofrece los mejores servicios ecoturísticos para avistamiento de estos grandiosos y amigables cetáceos, atrévase a vivir esta mágica e inolvidable experiencia.

Ñpunjó


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