Afiladores de cuchillos en La Paz: «animales en peligro de extinción»

Fernando García Partida se inició en el oficio a los 12 años de edad; es de Atemajac de Brizuela, Jalisco
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La Paz, Baja California Sur (BCS). “Somos animales en peligro de extinción”, dice Fernando García Partida, afilador de cuchillos desde los 12 años de edad y oriundo de Atemajac de Brizuela, Jalisco, quien ha recorrido el país con el silbido característico de los afiladores y desde hace 23 años transita por las calles de La Paz.

Si antes trabaja tres turnos diarios de manera ambulante, no sólo para afilar cuchillos, machetes, guillotinas, máquinas de pasto y demás, sino también para soldar ollas y arreglar máquinas de coser, manteniendo así a esposa e hijos, con la caída del empleo, muestra, ahora únicamente trabaja de tres a cuatro horas, pues lo demás resulta pérdida de tiempo, sin mencionar que a estas alturas ha perdido ya a su familia.

“Como ya nos vamos acabando, ya nos van haciendo a un lado, pues ya no cargamos ni el bote de soldar, porque ya las ollas que eran de aluminio o de peltre, las que no las echan ya al fierro viejo las agarran pa’ maceta o pa’ recuerdos, y pues ya no solda uno nada de eso […] Con las máquinas de coser pasa que ya todo es desechable, entonces si algo se descompone es mejor tirarla, cambiarla por otra, entonces nos quedamos sin trabajo”.

Sus hijos, recuerda el señor García Partida, prefirieron no continuar el oficio y, contrario a él,  que dejó los estudios antes de ingresar a la secundaria, se dedicaron a estudiar. En su familia, practicar oficios era una tradición, destacando zapateros, plomeros y curtidores de piel, pero fue de su cuñado José María de quien aprendería todo lo que sabe hoy y conocería México, por lo que no olvida el momento en que su vida cambió a partir de que dejó la escuela.

“Estaba discutiendo con mi madre y mi papá de que yo ya no quería estudiar y que quería aprender un oficio, y un cuñado que era de Michoacán, que ya murió, al modo metiche preguntó por qué alegábamos. Entonces mi padre le dijo, ‘es que no quiere estudiar porque quiere aprender un oficio’, pero mi mamá, que era más abierta de voces, le dijo: ‘no, cuál oficio ni que nada, quiere andar de callejero, pelándole las muelas a las plebes, de vago, de hocico abierto’. Entonces él dijo: ‘déjamelo unos días, Ángel, yo le doy pa’ que se harte de calle’. Así pasaron los días y cuando menos me acordé me habló mi madre como a eso de las cuatro o cinco de la mañana y me dijo ‘no te me hagas el enzarapado, te me vas a ir con Chema a trabajar’. Y pos ahí me llevan, y me gustó en parte”.

Verano es una temporada difícil, dice don Fernando, pues las familias salen de vacaciones, “las mamás no hacen lonche, las peluquerías no atienden casi chamacos” y si normalmente es complicado encontrar alguien que busque afilar sus herramientas, en esas condiciones lo es más, sin embargo, siempre dicharachero, dice, es como todo, “hay veces que nada el pato y hay veces que ni agua bebe”, pero “si caminando y trabajando no sale, sentado y platicando menos”.

Además, el típico silbato de afilador “ya no es tan fácil de conseguir”, explica, pues si antes se los encontraba “a cinco pesos la docena” hoy se cotizan hasta en 200 pesos por pieza, asegura, indicando que ya cumplió 18 años con el silbato que hoy usa, principal enemigo de los perros, que no falta quieran morder o acompañar con un aullido.

Su abuelo murió a los 115 años de edad y él espera llegar a los mismos linderos, augurando que después de conocer tantas partes de la “madre república mexicana, entre pueblos, estados, ranchos y puertos”, seguramente su punto de reunión con la muerte llegará en La Paz.


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