Calafia Piña, el misterio de la introspección y la micrología emocional

Presenta la última función de la temporada invernal de "¿Será que no me di cuenta otra vez? y desperté en otro tiempo, en otro espacio", a las 8:30 de la noche
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La Paz, Baja California Sur (BCS). Calafia Piña es una actriz y dramaturga que imprime en cada una de sus obras el sello de la exploración introspectiva, desnudándose en el escenario para el espectador, abriéndose como boca de laurisilva; de ahí surge su quid creativo, siempre atado a la meditación.

Es común verla involucrar al público, pues sabe que el observador forma parte vital de la ecuación llamada teatro, una frontera que parece imprescindible atravesar para ella en cada puesta en escena.

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Este 6 de diciembre, a las 8:30 de la noche, pone fin a la segunda temporada de su más reciente puesta en escena, ¿Será que no me di cuenta otra vez? y desperté en otro tiempo, en otro espacio, que presenta en galería La Medusa, junto a las oficinas del Servicio Postal Mexicano, en Constitución #310, esquina con Revolución, colaborando con las actrices Katlin Arce y Rielen Pineda.

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En esta obra, «que tiene lindes con lo autobiográfico», el espectador avanza con el desarrollo de las escenas a través de diversos cuadros en la galería, interactuando en todo momento con la actriz, experimentando ser Calafia.

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Calafia Piña es de La Paz y sus primeros acercamientos al teatro fueron gracias al maestro Alfonso Álvarez Bañuelos, quien la inspiró para viajar a Xalapa y estudiar la licenciatura en Teatro, donde vivió nueve años y culminó con un intenso taller llamado Ur-Hamlet, de la agrupación Odin Teatret. De vuelta en su ciudad natal, produjo El Caminante, para después partir a Bogotá, Colombia, donde realizó una Maestría Interdisciplinar en Teatro y Artes Vivas, en la Universidad Nacional de Colombia, un proyecto académico y de creación impulsado por Rolf y Heidi Abderhalden, Víctor Viviescas, Adriana Urrea y José Alejandro Restrepo.

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En 2010, junto a Raúl Alemán y David Talamantes, ganó el Encuentro Estatal de Teatro con la obra Tres cabezas en la almohada, una variación de La noche de los asesinos, de José Triana, y después de esta experiencia estuvo en la capital del país estudiando en el Centro de Estudios del Uso de la Voz (Ceuvoz), para luego llevar a cabo una residencia en Madrid, en el Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual.

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En exclusiva para BCS Noticias Calafia Piña ofreció una breve entrevista, en donde platica de sus influencias, su punto de vista del teatro local y otros secretos:

¿Qué significa ¿Será que no me di cuenta otra vez? y desperté en otro tiempo, en otro espacio para ti, en este punto de tu carrera?

Significa estar presente, porque se diluye en una nada. En este momento te puedo decir que significa todo, es la fase en la que se conjuntan varias preguntas sobre mi vida y mi trabajo, que no distan mucho uno del otro: lo que quiero decir, desde dónde, cómo y para qué. Es mi pedazo de sobrevivencia que ahora no es mío únicamente si no de todas y cada una de las personas que han ido a verla y que esperamos más personas la vean. Esta obra que tiene lindes con lo autobiográfico, pues es una de las líneas de búsqueda por las que escénicamente también me ha interesado transitar. Esta es una obra pensada para un espacio de galería en donde cada espectador va transitando los momentos, que son cuadros concebidos bajo un sentido plástico y una micrología emocional y de la memoria. Esta pieza es resultado de un proceso apoyado por el PECDA, y comenzó en el mes de febrero en Bogotá. Allá hice un primer acercamiento dentro de un circuito que nos inventamos con dos de mis cómplices más entrañables y se llamó De mejores casas me han echado. Al volver a La Paz, tenía la premisa de partir de un espacio-cuerpo que contuviera a mi cuerpo para ofrecer las historias derivadas de todas las preguntas que antes ya se me habían presentado, pero que no quedaron plasmadas en ese primer resultado del circuito, así, en esta pieza se reconfiguró todo ese torrente de preguntas e imaginarios, que además ofrece un tejido narrativo en donde los espectadores pueden encontrar sus propios religues, y por eso digo que mi historia ya no es solo mía y lo plasmado se vuelve común.

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¿Habrá otra temporada?

Aún estamos gestionando eso. La naturaleza del proyecto poco a poco se va familiarizando con el público de la ciudad y los estándares de teatralidad que estamos acostumbrados a ver. Aunque creo que eso no es exclusivo de la localidad, sí se ve mucho más demarcado, por eso es que estamos viendo la posibilidad de tener futuras presentaciones con dinámicas de pre-venta.

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¿Quién es tu principal influencia en el teatro?

Han sido varias y también variables. Yo creo que las influencias van cambiando conforme vas creciendo, pero sin duda una gran influencia y parte aguas fundamental en mi camino escénico ha sido mi maestro Abraham Oceransky. Y sí, el grupo peruano Yuyachkani, por su férrea convicción de sobrevivencia artística, enunciación política, compromiso con lo social y su creación combativa.

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¿Cuál ha sido el momento más memorable que has tenido en un escenario y el momento más memorable como espectadora?

Mi momento memorable y que lo guardo con mucho cariño fue en una obra que se llamó El Caminante. Uno de los personajes que hacía se llamaba El Limpiabotas, ‘era un personaje servil al que le gustaba comer los zapatos que encontraba enterrados en el desierto, pero sobre todo, disfrutaba saborear un buen pie y más aún si eran de bebé…’, bueno, todo esto lo iba contando y justo en una de las funciones, una niña como de tres o cuatro años estaba como público y cuando escuchó eso del limpiabotas, tímidamente recogió sus pies que colgaban de la silla. Eso fue uno de los mejores tesoros que me han quedado en escena. Y como espectadora, afortunadamente he tenido varios momentos que podrían catalogarse como memorables:, aunque, quizá porque es de lo más reciente y por ello tengo fresca esa impresión, hay un momento memorable que ahora recuerdo, fue la obra del grupo Yuyachkani, que además todas sus obras son memorables y entrañables, pero sin duda un trabajo de Augusto Casafranca llamado Adiós Ayachucho ha sido de lo recientemente memorable y una gran reflexión acerca de lo insostenible que resulta hacerse de la vista gorda con respecto a que nuestro oficio, que también es política en un sentido amplio.

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¿Cuál es tu impresión sobre el movimiento teatral en la localidad?

Me parecen loables los esfuerzos que la institución ha hecho para generar convocatorias y traer talleres introductorios para la comunidad de gente que hace teatro en esta ciudad, sin embargo resulta insuficiente. Considero que es momento de hacernos responsables de nuestra formación, de nuestros discursos, de rebasar nuestros propios límites y salir de nuestras zonas de confort, esas que ya son conocidas; gestionar nuestros propios talleres, maestros, salir de la ciudad y también enfrentarnos a nuestros propios miedos siendo extranjeros, desconocidos, en territorios nuevos; entablar diálogos de otra índole con otros creadores y disciplinas, intelectualizar y discutir nuestra diversidad de teatralidades, dejar de ser los hijos dependientes que esperan que papá institución les provea de casi todo siendo ‘los mejorcitos’ en un lugar tan acotado, descalificando al que ‘no hace el teatro que yo creo es el único teatro válido de hacer’; sintiéndonos agredidos porque nos llaman apáticos, soberbios. Me parece que siempre ha sido el momento de exigirnos más, de atrevernos a solo vivir de y para el teatro, aunque suene dolorosamente utópico: es preferible estar libre para poder irme a crear, tomar un taller, planear otros que realmente van con mis búsquedas, no vernos frenados por corretear la chuleta, pues hasta para eso hay que procurarnos la creatividad, ser alternos y generar nuestras propias vías de resistencia. Hagámonos ese favor y también a nuestros espectadores, porque ellos y nosotros nos merecemos un teatro cada vez mejor, más detallado, más consciente, más pensado, más vivo. Luego habrá tiempo de festejos genuinos y no de alfombra roja y estatuillas que en realidad son formatos televisivos y de consumo masivo. Nosotros no somos eso, lo que no niega que nuestro arte reúne y procura la convivencia de las personas, pero creo que no necesito ahondar sobre esas obviedades que nos diferencian.

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Si la vida es un teatro, ¿qué personaje eres?

Calafia, con todas sus implicaciones históricas, mitológicas y mutables que conllevan, porque mi impresión de lo real, y en esa medida persona-personaje, es que lo real consiste en una ficción que hemos construido a base de un compendio de convenciones variables y cíclicas, así como de dispositivos en los que vamos solventando nuestra cotidianidad. Pero quizá, la única certeza que nos queda es esta espera que nos mantiene a la espera de la muerte.


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