En La Paz, la familia que cocinó pescado frito para el presidente de Estados Unidos

La Paz, Baja California Sur (BCS). Para Manuel, Doña Juana y su hermano, el restaurante La Sonorense es la brecha que los lleva a remontarse a la primera vez que llegaron a vivir desde Hermosillo a la curva, en La Paz.

» ¡Huachinango!», grita Manuel a su mamá en la cocina. Doña Juana, una señora de unos 70 años que podría decirse: cocina el mejor pescado frito en la capital.

1980. Año de convulsión en la capital de Baja California Sur, la idea de prosperidad, se internaba en la mente de José Luis Brambila. Fue uno de aquellos que consiguieron dar un giro a su vida: una palapa a la orilla de la playa, en una peligrosa curva, frente al estero Enfermería, en la que iba a comercializar pescado ahumado y mariscos.

Con El Sonorense, por fin, trajo a sus hijos y esposa para ya no estar lejos de ellos. «¿Te quedas o te regresas?», le preguntó Don José a Doña Juana. Ella aceptó, y lo que serían unas vacaciones de 15 días para Manuel, se transformaron en una larga estadía de más de 35 años.

Incluso, la primera noche de Manuel en La Paz, su hogar fue ese restaurante sin paredes. Durmieron en la arena. Estaban en casa.

«Nosotros llegamos aquí, no había hotel disponible cuando llegamos, nos vinimos a la playa, vivíamos aquí. En el restaurante», dice Manuel mientras se le retaca el semblante con una sonrisa y una mirada de añoranza.

Cómo olvidar esas noches. Las noches. Todo pasaba. Hasta fantasmas y lamentos. Recuerda una vez que escarbaban para plantar árboles con su padre. En uno de los huecos apareció un esqueleto. La Policía Judicial (en aquel entonces) llegó al lugar, y con la astucia que aún caracteriza a nuestras autoridades, sólo dijeron: «los huesos deben ser muy antiguos». Después,  dejaron afuera otro cuerpo, otro igual de viejo que el anterior, pero éste no los dejó dormir. Gritos, cadenas y llantos, sólo eso escuchaba Manuel.

«Dejamos uno fuera y no pudimos dormir esa noche, tal vez, es superstición, pero todos escuchamos».

A la baja

El padre de Manuel murió hace 11 años.  Diabetes. La ceguera lo atacó poco antes de fallecer. Los hijos se hicieron cargo, pero desde que Don José Luis se volvió a ir, esta vez para siempre, la costumbre de los paceños se modificó. Ir a la playa en familia a comer mariscos y pescado frito o ahumado, en los locales ubicados en Pichilingue o El Tecolote, ya no sucede.

Las ventas cayeron. Las mesas de plástico de la Cervecería Pacífico permanecen, en su mayoría, vacías. También los estantes de Sabritas que no tienen ningún paquete. A sus 48 años, Manuel se resiste a dejar aquel hogar frente a la Bahía de La Paz, el que construyó su papá para ellos.

Por cierto, una de sus especialidades: ya no pueden venderla: lisa ahumada. La receta provino de Nayarit, pero rápido se arraigó. Consiste en un utilizar leña de manglar, pero dichas zonas fueron protegidas; «y no puedes extraer leña, pero la madera verde no se utiliza porque hace mucho humo y amarga los sabores del pescado, se usaba madera seca sólo de mangle rojo».

Sin contar el tiempo que hace de la colonia San Fernando en donde vive, a primera hora, Manuel maneja 28 minutos por el Libramiento Norte. Quizá una hora de su día sumando el tiempo total del trayecto. Luego, rastrilla la arena, reacomoda el mobiliario blanco y espera. A veces no llega nadie.

En los años de bonanza, cuando el sitio se atiborraba de comensales hambrientos, personajes de la política, actuación o comerciantes. El Chino Ley, por ejemplo.

Incluso, se acuerda que unos ‘gringos’ llegaron a su restaurante. Le pedían pescado ahumado para un presidente de los Estados Unidos, un tal Ronald Reagan. Inspeccionaron cada uno de los condimentos, especie de pez o harina que se usa. Cada detalle de su preparación. La historia podría ser cierta, porque 1983 el exmandatario visitó La Paz.

Las manos de Doña Juana

No hay explicación. Deben ser sus manos las que dan el toque: sal, harina y la temperatura exacta del aceite para que puedas comerte hasta la cola del huachinango. Una salsa mexicana con chile serrano y un arroz colorado con sus respectivas tortillas de maíz. Nada más. La magia la hace Doña Juana, ella tiene el secreto que la edad otorga.

Un minúsculo televisor emite descoloridas imágenes de grises personajes de telenovela. Tan insípidos como los diálogos que les dictan sus chícharos, porque el tiempo es oro al aire. Si supiera Doña Juana Medina que sus anécdoctas son más profundas e interesantes, que ni por error podría garabatear un guionista de cualquiera de las dos maquilas de contenido que tiene el país.

Ella es de Durango. Conoció a Don José en Sonora, pero en busca de oportunidades se trasladó hasta La Paz, en donde se estableció. Enviaba dinero y la familia hacía la tediosa travesía cada que era posible. A tantos años de distancia, la única razón de la familia está en ese inmueble solitario al lado de la carretera.

Los recuerdos para Manuel Brambilia son un mar calmo por donde el huracán vuelve. El Restaurante La Sonorense, allá en la curva, por ahora ya sobrevivió a varios, incluido Odile…y la muerte de su padre.