El lector no tiene quien le escriba

No sólo las mariposas amarillas nos llevan a recordarle, puede ser el almendro, un barco, la ascensión, la espera de que deje de llover, la vida de todo un pueblo, hasta una iguana que por las mañanas esté tomando el sol.
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Opinión por Jorge Meza Peralta

El viento del sur llegó con una fuerza inédita ese día. En los 24 años que tengo de vivir con un pie en el desierto, jamás me había tocado que el sur manifestara su fuerza eólica de esa manera. Los árboles se inclinaban al lado contrario de la costumbre, pues la inclinación acostumbrada es la de los vientos del norte. Las ráfagas de aire llevaban tras de sí enormes cantidades de tierra, tres vacas se mecían al compás del viento mientras las moscas caían fatigadas en el enorme esfuerzo de permanecer en el lomo de las vacas. Ese aire arrancaba unas melodías nostálgicas y tristes al pino salado que está frente a la casa del rancho “El Cardonal”. Lo supimos todos desde que escuchamos su primer gemido, cuando el viento arrancaba sus lloronas melodías al pino —como una nota nostálgica de un chelo ejecutando “la lista de Schlinder”—, que algo triste había pasado, porque esas melodías nostálgicas suelen llegar en los momentos en que se anuncia la desgracia, lo mismo que el olor de los almendros. Cosa rara, pues un sábado de gloria y alegría perdía su esplendor ante la sugerencia de una desgracia.

Fue hasta dentro de cinco días que regresé al pueblo y pude ver en las noticias del Facebook algunas que me dejaron perplejo: muchas hablaban de Gabriel García Márquez, su muerte, tras una semana. Leí un artículo de una persona que considero muy cercana: “Los funerales de Papá Grande” de Sven Amador, que antes de leerle ya había pensado en él y en su pesar por esa pérdida, a quien considero un conocedor y promotor de la obra del “latinoamericano universal”. EL título mismo, de este pequeño relato, surge de unas palabras de Consuelo Sáizar, ex titular de Conaculta: “El lector no tiene quien le escriba”.

Yo no recuerdo si fue exactamente el jueves santo, día en que Gabriel dejo su estado de caminante por este mundo, cuando estuve pensando en las mariposas amarillas, quizá fue el viernes, no logro recordar. Las mariposas aparecieron al tiempo en que estaba sentado en los tubos del corral, mis primos trataban de acercar los becerros a un poste, las mariposas amarillas estaban allí, que eran cuatro exactamente, volando alrededor de ellos, y yo en medio de ellos, con mierda de vaca en los zapatos: absorto en mis recuerdos de Mauricio Babilonia, mientras en mi mente resonaba la melodía de “Macondo” que Óscar Chávez hizo popular. No se ha de pensar, ni de broma, que le encuentro relación al hecho de las mariposas amarillas con la muerte de Gabriel. Lo que sí se ha de pensar es que, como yo, muchos vemos la vida cotidiana de manera distinta después de haber leído a Gabriel García Márquez.

No sólo las mariposas amarillas nos llevan a recordarle, puede ser el almendro, un barco, la ascensión, la espera de que deje de llover, la vida de todo un pueblo, hasta una iguana que por las mañanas esté tomando el sol. Cosa que sucede seguido en la barda del colegio donde doy clases: a las 9:30 de la mañana, soberbia, sale a desafiar el sol sudcaliforniano de esas horas, y yo, mientras tomo mi almuerzo, espero con una sonrisa abstraída el momento en que llegue un descendiente de sir Drake a cazarla a cañonazos, como su ancestro cazaba a los caimanes. Sobre todo el caso de Florentino Ariza que, junto con un compañero, además del mismo nombre, cargo con Xavier Zubiri como herencia intelectual de un médico que no es Juvenal Urbino (quizá uno de ideas más peregrinas y remedios menos eficientes, que curaba a todos con peptobismol y a la manifestación del dolor en cualquier extremidad quería usar el serrucho), ese otro Jorge, al igual que yo, identifica al amor de los filósofos o de algunos filósofos como amores contrariados, amor de fidelidad contra tiempo y esperanza, amor de idiotas, porque “no sabemos amar de otra manera” (dice mi tocayo, yo digo lo de idiotas, pero dicha tan grande la de amar a una mujer, eso lo decimos los dos).

No me atrevo a hablar de literatura y menos de la obra de Gabriel García como alguien que sabe y que es un especialista, menos si sólo he tenido la mala fortuna de leer casi la mitad o poco menos de su obra. Para quienes quieran erudición sobre este gran escritor, a los críticos remito. Por eso he hablado de la afección positiva que en la vida nos ha dejado (hablo en plural porque sé que no soy el único), de la manera en que ha transformado la monotonía de la vida cotidiana en un universo sacramental: todo lo que nos rodea nos puede llevar a macondo, a un amor contrariado, a una correspondencia que nunca llega, y, sobre todo, a salir triunfantes de la fatalidad dejándole su curso y destino a la mierda.

La memoria, tardía, de su partida tiene una triple intención: escribir sobre él mientras otros ya han callado, porque más de cien años ha de estar presente en nuestras generaciones, en segundo lugar, ser una de tantas voces que en el transcurso del tiempo aparecerán para comentar y recomendar su obras, y, por último, realizar una invitación a la lectura, a la literatura de buena calidad que es una de las mejores escuelas de la libertad. Que lo digan quienes leyendo la masacre de la empresa bananera hemos recordado Tlatelolco, u otros pasajes que evocan hechos de la historia o nuestro tiempo ante los cuales pasamos con los ojos vendados, viendo sombras y afanándonos en meras opiniones que apaciguan la crítica y nos hacen fácil de manipular. Quizá las mentiras del “Gabo” digan más verdades que las “verdades” mentirosas de los informes de gobierno y las buenas intenciones de nuestros políticos, posiblemente su realismo mágico nos ha llevado a hacernos cargo de nuestra realidad, más que algunos discursos arreglados y arengas sobre el desarrollo y el progreso. El “Gabo” dio vida a Macondo con los Buendía, ahora ellos darán vida a nuestro escritor, como el Quijote de la Mancha sigue dando vida a Cervantes después de cuatro centenarios. El hizo su camino y dejó de ser caminante, como nosotros lo haremos algún día, próximo o remoto. Por su camino andado podemos ver huellas y vestigios de su gran humanidad y sed de otro mundo mejor al menos hecho con “mentiras” o fragmentos de realismo mágico, como también nosotros dejaremos nuestros vestigios, que esperemos, sean algo más que mierda, porque la humana apesta más que la de vaca en un zapato.


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Daniel Meza
Invitado
Daniel Meza
9 años hace

Muy buen artículo 😉 esta interesante pariente

Helder Cosio
Invitado
Helder Cosio
9 años hace

Excelente nota mi amigo, y qué decir del Gabo… uno de los mejores, personalmente; el mejor!

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